Por MARIO VIRGILIO MONTAÑÉS, escritor y crítico.
El reloj del dormitorio ha cerrado un paseo que comencé al tomar café con Amalia Heredia-Livermore. Es como si la lectura de “La invitada en el Jardín de la Concepción y otros relatos” hubiera sido un sueño que comienza ante una casa palacio que sirve de portada del libro y que es roto por el aviso despiadado del despertador. Del mismo modo, el lector que entre al libro tras sortear los nenúfares de la cubierta, ascender las promisorias escaleras y acogerse a la sombra refrescante de la casona, se sentirá invitado a un lugar hermoso, con una belleza amarga en ciertos parajes, pleno de senderos y de hojas. De hojas que son las de un libro que es perenne y tanto de exterior como de interior, ya que las historias que cobija no se circunscriben, con prosa transparente, a narrar las vivencias de personajes sino también a describir las zozobras, el peregrinaje de los espíritus.
Corona mima el detalle y el dato, de forma que sería posible recorrer esos lugares, disfrutarlos, usando sus relatos como si de una guía se tratara. En ese esfuerzo por lo concreto se advierte la exigencia de una narradora que mima cada línea, que medita cada relato para que la claridad del estilo se ponga al servicio de historias cuyos finales son magistrales. Con elegancia exquisita esos finales permiten al lector intuir o soñar lo que habrá de pasar con esos personajes que, por lo general, se han hecho querer en pocas páginas.
Los devenires de los afectos ocupan un buen grupo de relatos, en los que las pasiones son diseccionadas con rigor pero sin rencor. Ella, sabia en ficciones y afectos, opta por susurrarnos mientras paseamos, invitados, por un jardín con tramos de luz y a la vez de melancolía.”