Lorenzo Martínez Aguilar
Decía el poeta Octavio Paz que la memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba de pasar. Palabras que definen la transitoriedad del ser humano por los tres tiempos posibles que definen su vida: pasado, presente y memoria. Cita que también puede definir perfectamente el libro Tiempo de espera, nuevo poemario de José Sarria, de reciente publicación en la Colección de Poesía Valparaíso Ediciones (Granada).
Según su autor, este poemario fue escrito en gran parte durante los meses de la pandemia de covid. Es decir, en un tiempo de espera por confinado, en un tiempo de dolor pero también de esperanza en el ser humano; en un tiempo personal que él decidió convertir en un tiempo de introspección, de dialogo interno, de intensa meditación existencial acerca de tres elementos personales esenciales: vulnerabilidad, transitoriedad e identidad. La dedicatoria que abre el libro: A mi madre, que me dio tanta luz en su tiempo de espera, conforma ya ese espejo de referencia donde van a ir jugando los tiempos internos de este poemario con la certeza de las vivencias y los valores de las emociones.
Aunque como digo el libro está urdido en la unicidad de las emociones íntimas de sus recuerdos personales, los aromas de su infancia, las interrogantes de su adolescencia, la esperanza que siempre abriga un mundo más justo, solidario, mejor, lo hace transitando por cuatro apartados: “Tiempo de espera”, “La tarde”, “Incertidumbres” y el colofón “Final”. Decía la escritora Virginia Wolf que tanto al escribir como al leer, la emoción tiene prioridad sobre todo lo demás. Y este es un libro de emociones, ese ánimo intenso, expectante, mientras discurre la vida.
En la primera parte “Tiempo de espera”, compuesta por nueve poemas, José Sarria abre y ofrece el corazón de su tiempo íntimo, fecundo y detenido con las metáforas de una retrospectiva que recrea sus caminos. Ahí está su voz, se abre bajo el frontis de Constantino Cavafis: “Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca / debes rogar que el viaje sea largo / lleno de peripecias, lleno de experiencias”. Y, efectivamente, con esta parte del libro emprendemos un viaje largo desde donde José aborda su geografía de naufragios (Jacinto, p. 17), los laberintos de la ceniza (El color de la memoria, p. 19), el fuego y las heridas (El recuerdo, 21), el canto celeste de los ruiseñores (Eternidad, p. 22)… en presencia del misterio de la existencia, la evocación, la memoria de los paisajes… con esas vibraciones que constatan los espacios y la trayectoria de sus emociones vitales, los encuentros y los recuerdos de las horas vividas, los lugares donde el tiempo se detuvo con sus racimos fecundos: donde perdura y palpita la azul cartografía de mi sangre (El color de la memoria, p. 20).
“La tarde”, así, genéricamente, sin adjetivar, es el título de la segunda parte. Consta de diecinueve poemas, la más extensa del libro. Ya preguntó don Antonio Machado a los poetas qué buscaban en la tarde: ¿Qué buscas / poeta en el ocaso? ¿Qué busca José Sarria en la tarde? En “La tarde” queda recogido ese retiro contemplativo donde todos sus trenes / quedaron detenidos / al borde del silencio (Estaciones, p. 27). Estaciones, cafés, cementerios, ciudades, huertas… conforma una reflexión serena en torno a la geografía de la memoria por donde la indecisa luz derrama el aroma remansado de otro tiempo (La tarde, p. 39).
Completa el libro la última parte titulada “Incertidumbres”. Cuatro poemas llenos de interrogantes ante las que tiembla la vida: el tiempo, el olvido, la existencia, Dios, la muerte, la eternidad, la espera, el silencio, la palabra…. Preguntas de un hombre de sensibilidad y pensamiento que necesita comprender y comprenderse. ¿Qué silencio se oculta en las palabras?
Decía yo antes acerca de los tres elementos personales esenciales sobre los que se construye Tiempo de espera: vulnerabilidad, transitoriedad e identidad. Pero no es conveniente olvidar otro elemento que junto a los anteriores confirma una cuestión vital tanto en la vida como en la obra poética, literaria y metafísica de José Sarria y también por donde reman estos poemas: la identidad en la conciencia de ser en los otros. No en vano José Sarria pertenece al movimiento Humanismo Solidario. Siguiendo los postulados del poeta libanés Khalil Gibran: La Tierra es mi patria. La Humanidad, mi familia, José Sarria dice: He llegado a la conclusión de que el otro no solo existe sino que me constituye, me completa como persona.
Y, efectivamente, aunque hay individualidad en estos poemas, en la medida y tanto en cuanto es al sujeto íntimo a quien como narrador pertenecen su memoria, su camino y sus vivencias plenas y conscientes, pero sin lugar a dudas también hay un otros que reside en la intratextualidad, en la cesura de estos versos, en su memoria, su compromiso y su mirada solidaria: Pero no estoy solo, me acompañan todos los nombres de los que conmigo caminaron, sus viejas cicatrices y el himno de sus sombras, escribe en el poema (La tarde, p. 39).
Un compromiso ético que surca la esperanza y nos reconcilia con los valores más profundamente humanos en estos tiempos de tanto ruido interesado y zafio, de tanta mentira en la polisemia de los eufemismos. Frente a todo eso Tiempo de espera nos ofrece una poética humanística al servicio de los otros. Conceptos que tampoco podemos olvidar tienen como referencia vital y cercana el Magreb, no en vano José Sarria es un especialista en literatura hispano-magrebí y director de la revista digital “Hispanismos del Magreb”, como bien deja reflejado en el poema “Yo soy el Oriente”, toda una declaración de unívoca conciencia sobre su renacer en la fusión de su identidad: «Fue el instante en que se rebeló mi sangre, el tiempo cuando brotaron de mis manos ramas de olivo».
José Sarria en Tiempo de espera ha construido una mirada de pájaro azul desde la que transmitir al mundo la memoria de sus vivencias, el camino que va desde la inocencia más lúcida y más sensible como es la luz de la infancia, hasta una postura ética de reencuentro con los ausentes, en la convicción de un ser humano que se proyecta en versos destinados a dejar constancia de una identidad de emociones en la alegría de vivir.
Y porque en realidad, todo tiempo es tiempo de espera en expectativas a un futuro y unas ilusiones. Y, por tanto, también un tiempo de esperanza. Tiempo de espera, tiempo de esperanza.