Por Rafaela Hames Castillo
Maricruz Garrido Linares
Sonrisas para una máscara y otros poemas
Editorial Caligrama
De alguna forma, Sonrisas para una máscara y otros poemas, está especialmente concebido y dedicado a la infancia, apela, por extensión, directamente a esa infancia perdida.
Un nuevo libro que se suma a la muy dilatada trayectoria de la carismática poeta, Maricruz Garrido Linares, llegó a mí en momentos especialmente delicados y significativos ya que sucedió en pleno confinamiento. Lo hizo mediante correo electrónico: No había otra forma, como tampoco, de súbito, la había para el encuentro, la conversación o el abrazo, ni siquiera para el más mínimo gesto cotidiano y espontáneo a los que todas y todos acostumbrábamos en el día a día de nuestras vidas.
Y fue justo ahí, en momentos tan inquietantes y dramáticos, que a esta espectacular autora y grandísima persona se le comenzó a fraguar, verso a verso, un alegato a la esperanza, a la calma. La sensibilidad e intuición que la conforman, sin duda, debieron conducirla para crear un antídoto que se hiciera indispensable a la hora de salvar momentos tan desconcertantes y oscuros.
Fue así que, una vez más, la Poesía, de la mano de Maricruz, salvaba vida, salvaba vida de la acritud, del pesimismo, del abatimiento y devolvía, pincelada a pincelada, el visaje amable y sereno a los rostros pese al inusitado uso de una mascarilla como elemento indispensable en nuestra vida.
Sonrisas para una máscara y otros poemas es el título de esta obra dedicada especialmente a niñas y niños: El bellísimo poemario donde rescata, en todo su esplendor, una primavera que, como todas, nunca volverá, pero de la que nos vimos privados. Toda una eclosión a raudales de colores, formas, aromas, entusiasmo, energía y celebración de la vida, una vida completamente aligerada de la pesada carga del dolor y la preocupación. En su lugar, la esperanza.
Así, la liberadora sensación que experimentamos ante el rescate de La abejita reina que no podía entrar a su panal y fue devuelta al vuelo; el buen empleo del tiempo de la hormiga en su previsora labor; el colorido del colibrí, mensajero del tiempo y también del amor, la alegría y la belleza; las formas variables de las Nubecitas, nubes viajeras, como si fueran amplísimas poblaciones de níveos estorninos en el celeste medio, que nos vienen a decir que nada es para siempre; la cometa de larga, larga, larguísima cuerda, que cederá sus libres dimensiones en las alturas del viento a las asas de una mascarilla en nuestro rostro, como evocación, e invocación a la vez, de la libertad. Una aséptica mascarilla que contará, paradójicamente, con preciosos dibujos, símbolos protectores del ánimo, quizá, que vendrán a completar la misión vital de proteger la salud del cuerpo, impregnándonos de todo su colorido mientras tanto nos recuerdan que todo pasa y que en ese transcurso, es primordial desarrollar la mejor disposición y extraer de nuestro interior lo mejor de nosotros mismos.
Mientras tanto, dentro de estas icónicas imágenes, el tesoro de la gratitud del tiempo sin prisas, el misterio desgranado de los minutos revelándonos su verdadera dimensión, instantes de días y noches invertidos en el juego, en la adivinanza, en la contemplación de cuanto nos pasó inadvertido en el tráfago de las vicisitudes cotidianas, en el reencuentro con nuestros compañeros de vida y sueños representados en el reconfortante amigo Angeloso que acrisola, como bien dice su nombre, a los ángeles fieles, protectores y entrañables con nuestros preciados animales de compañía frente a cualquier terror que a veces sucede de niños al apagar la luz en la noche, frente a cualquier terror que nos sucede, ya adultos, cuando se nos apaga la luz que ilumina todo aquello que conocemos y nos enfrentamos a un abismo de incertidumbre y desazón; o en el pequeño ratón, diminuto como las partículas de tiempo, encontrado primero por Martina y después, transcurridos los años y en consecuencia, ya viejito, por Martín que nos recuerda a Pérez, el ser que viene a repararnos de una gran pérdida cada vez que la protegida infancia da un paso para distanciarse, compensándonos con un pequeño regalo y llevándose, uno a uno, los primeros dientes de debajo de la almohada: Una magnífica pedagogía que con toda suavidad y ternura alude al innegociable pero necesario paso del tiempo y anima a desprenderse del miedo e incluso a situarnos ante él, vaciando su envergadura y llenándola de ánimo y observadora curiosidad como sucede en su poema Qué será.
Sonrisas para una máscara y otros poemas, vio la luz en Amaya Lalanda, está deliciosamente prologado con absoluta exquisitez y objetividad por Jaime Verdú Orellana y alberga bellísimas ilustraciones de Antonio Quintana que van jalonando el texto con gran armonía de colores, formas, geometrías, gestos, expresiones, criaturas, situaciones y entornos que nos sitúan de lleno en una vibración grata, amable y unificadora, despertando así, en sintonía con el texto, un amor incondicional hacia la vida, la naturaleza y todos sus seres y criaturas.
De alguna forma, Sonrisas para una máscara y otros poemas, que está especialmente concebido y dedicado a la infancia (Maricruz siente una especial ternura y empatía hacia las edades aún no adultas, aún no adulteradas), apela, por extensión y en lo que a mí, como a muchas otras personas respecta, directamente a esa infancia perdida en algún punto de nuestra mayoría de edad con el fin de rescatarnos, de que reaprendamos y desarrollemos de nuevo aquel lejano talante que por naturaleza era confiado, límpido, optimista, espontáneo y generoso, al igual que el que caracteriza al reino animal, a un sencillo pero irreemplazable gato negro cuya amistad y entrega siempre es fiel, como así nos lo recuerda con su ronroneo muy bajo, muy bajo, como la mar quieta.