SOLES DE NOSTALGIA

Por Antonio Daganzo

Soles de Nostalgia

María Ángeles Lonardi

Editorial Círculo Rojo, 2019.

Este nuevo libro de María Ángeles Lonardi, autora argentina afincada en Almería, y no sólo afincada sino partícipe del actual panorama poético almeriense hasta el punto de haberse convertido en una de sus más activas y destacadas voces, llega cinco años después de El jardín azul y dos años después de Poemas para leer a deshoras, el par de entregas de su obra literaria ya publicadas en España. Y este nuevo libro de María Ángeles Lonardi describe un arco, muy bien trazado, entre unas memorables palabras contenidas en la más memorable aún –tomada en su integridad- Rayuela, de Julio Cortázar, “Se puede matar todo menos la nostalgia”, y unos versos de la propia autora que leemos casi al final de su nuevo poemario: “El tiempo en mi pecho (…) / atesora monedas de nostalgia / que me hacen plena y poderosa / para destronar los miedos”. Si a eso le sumamos que los recuerdos “nos dicen al oído / que estamos vivos (…) / aunque parezcan (…) / aletargados / detrás de la mustia / cortina del tiempo”, ya no tendremos dudas a propósito de la pertinencia del título de este libro, Soles de nostalgia. Porque aquí la nostalgia es luz, fundamentalmente luz; no celebración retrospectiva por fuerza y a toda costa, pero sí el reconocimiento de lo vivido, y de lo que se ha vivido con plena conciencia y también con intensidad. Aquí, a lo largo de estas páginas, se huelen “recuerdos blancos”, las remembranzas hacen sentir “hilo, / trenza, / espiga, / racimo”, y, tal como se afirma en el poema “Reloj”, “la oblicua humorada de nuestros destinos” no impide que la memoria tenga “sabor a menta”. Nada menos: es decir, que, frente a lo efímero y lo absurdo, en definitiva, de la condición humana, el sujeto poético esgrime la vida, a la que no cabe reprocharle cosa alguna –“Nada tengo que reprocharte”, leemos en el poema “Manera de vivir”-. La vida vivida, la vida que no se ha malgastado, la vida que se puede recordar –para bien o para mal, con alegría o con tristeza-; la vida que intentaría hacer de los seres humanos algo más que la “pasión inútil” de la que habló, tan inteligentemente, pero también tan descarnadamente, el existencialismo. “¿Acaso no crees en lo mágico / de un viaje sin destino, atemporal, / como un sueño espléndido?”, nos pregunta la autora en el poema “De cómo pasa el tiempo”.

Otro elemento interesante en grado sumo en Soles de nostalgia es su forma de abordar el sentimiento del desarraigo, que llega a sufrirse “como un impensado dolor de muelas”, y que aboca a ese dolor por la “intemperie de las cosas”; una imagen de gran poder evocador cuya formulación lírica encontramos en el poema “Qué ganas de llorar”, que toma su título de un tango de Julio Sosa. “Las raíces sí importan”, escribe la autora igualmente, algo más adelante. Y sus raíces, en la médula de toda esta nostalgia que aquí construye todo un libro, están en el “terruño silente” –como ella lo llama- abrazado por los ríos Paraná y Uruguay; en la provincia argentina de Entre Ríos, en efecto, y, para ser exactos, en su Larroque natal, cuya evocación se vincula maravillosamente a la de las amigas de la infancia y adolescencia: “De las idas y venidas, sin motivo, / de tardes enteras hilvanando / nuestra futura vida / hasta que nos devoraba la noche, / dando vueltas desmemoriadas / como una noria, / de eso, uno nunca se olvida”. “Fuimos reinas, princesas, maestras…”, añade la autora, y por si eso no bastase, el homenaje a la maestra del pueblo, en el poema “Recuerdos blancos”, intensifica aún más en nuestra memoria el perfil, siempre presente, de la chilena imperecedera Gabriela Mistral, otra trabajadora de la cultura de la América ibera, parafraseando sus propias palabras en Estocolmo, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, ante la Academia Sueca, el 10 de diciembre de 1945. La exploración de las raíces llega incluso, por parte del sujeto poético, hasta la Italia de los antepasados, hasta Verona, en un extenso poema narrativo donde el padre –cuyas “manos mapa” ya sabíamos que eran “cuencos de sabiduría”- es protagonista conmovedor.

Pesentando una estructura tripartita –“De ayer”, “De hoy” y “De siempre”, los títulos de cada epígrafe-, a lo largo de la cual se reparte un nutrido “corpus” de sesenta y cuatro poemas, Soles de nostalgia seduce y seducirá a los lectores por la sencillez de su expresividad y por la amable fuerza de su lirismo. El sujeto poético se impregna de las cuatro estaciones a su paso, aunque “siempre es el otoño / la estación cuando extravío / y enredo sin medida / los sueños y las tristezas”. Es muy cierta la afirmación de Rosario Guarino en el prólogo a la obra: aquí “tan importante es lo que se dice como lo que se calla”. Pero cómo no resaltar adecuadamente lo que se dice, si entre lo que se dice podemos encontrar poemas tan bien hechos y bien dichos como el titulado “Un café”, menciones de actualidad a refugiados y desahuciados, personales ejercicios de introspección lírica como el que vincula el tañer de las campanas a la gravidez y la lentitud de la gestación y la maternidad, y hallazgos de buena ley como éstos, y sólo por poner de relieve unos pocos: “Me persigue una jauría de palabras rotas”; “Eres la soltura / de la casa soñada / y yo, sólo quiero habitarla”; “…del otro lado de los espejos / viven los sueños”; “¿Qué hacer con los abrazos / cuando sobra la distancia / y cuando falta el tiempo?”; o este otro, verdaderamente notable y emocionante: “Porque sólo algunos versos / saben de la lluvia / como los pájaros”. Gracias a libros como Soles de nostalgia, de María Ángeles Lonardi, podemos esperar “que un verso cicatrice, / la herida del mundo / que se desangra”.

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