LOS NUDOS ILESOS DE PILAR SANABRIA

Por Rafaela Hames Castillo

Los nudos ilesos

Pilar Sanabria

Editorial Cántico

El 23 de noviembre del pasado año, se terminó de imprimir un libro titulado Los nudos ilesos. Su autora no podía ser otra que la muy conocida y admirada poeta y periodista, Pilar Sanabria como, dadas las subyugadoras características de contenido y continente, tampoco podía ser sino Cántico, en su colección Doble orilla, la editorial en cuyo seno vio la luz.

Comienza ya a crecer nuestro interés por la obra que nos ocupa, a la vista de su portada,  Nude dancer with aulos del fotógrafo Arnold Genthe (1869- 1942), consistente en una danzarina desnuda que toca un aulos u oboe doble y que, independientemente de su uso en las culturas grecolatinas,  junto con la atmósfera, un tanto tenebrosa que la envuelve en su luminosidad, nos sitúa  en la antesala del misterio, ante la dual naturaleza de prácticamente todo despertando en nosotros la consiguiente sensación de inquietud ante la inminente singladura que, presentimos, vamos a vivir una vez levantemos su tapa.

Los nudos, que jalonan la palabra de Pilar Sanabria y que ella sitúa espacialmente, con profunda y verdadera intención en concretos rincones de Córdoba en su mayoría, así como en Fernán Núñez o en la costa de Almería, vienen a ser hitos decisivos en el transcurrir vital de la poeta: Experiencias, desvelamientos, enseñanzas de enorme intensidad, en su mayoría para nada exentas de un inconmensurable dolor que, paradójicamente, se crecen, desde su raigambre, como faro salvífico, como fieles brújulas que desde su catarsis elaboran y definen rutas en pos de destinos salutíferos y acogedores.

Consta de dos partes esta obra que parece hipnotizarnos desde el primer momento: La primera que le da título, es decir, Los nudos ilesos, y la segunda que viene a denominarse Una corona para Robinson. Poemas de la isla confinada, en clara alusión a la situación desencadenada por la pandemia.

Pero comencemos desde el principio y centrémonos en la lágrima colorida que brota y se transmuta en alas para mejor remontar el vuelo sobre paisajes íntimos devastados en los que asoma tímidamente, pero con determinación, la modestia de una brizna nueva de vida avocada a repoblarse.

Paisajes envueltos en una ambigua penumbra tendente más hacia la oscuridad, donde campa el mundo de los sueños, que hacia el mundo de la vigilia y las experiencias en él vividas donde se originan dichos paisajes. Espacios que, paradójicamente, solo cobran sentido, concisión y lógica en las abstractas formas en que se nombran y conjuran.

Experimentamos, conforme nos abstraemos en su lectura, un cúmulo de sensaciones que tal vez solo podríamos sentir en un inquietante recorrido por el inframundo en pos de Perséfone o tratando de definir el tiempo ante los relojes de Picasso.

En cualquier caso, y por muy tenebroso que el itinerario pueda presentarse, llevamos, en la fascinación de nuestra lectura, la certeza inequívoca de que nunca verán la luz los hijos de Hades pues quedarán congelados con la enorme fuerza metafórica de unos versos que renombran el universo íntimo y conjuran a todos los monstruos, artífices del sufrimiento, con el mismo acierto con que se erró al amar más allá del límite permitido por y a la cordura. Es por ello, que la misma hecatombe lleva implícita ya la belleza con que los versos de Pilar con sus nudos-guía nos van conduciendo.

En un registro expresivo diferente, se presenta ante nosotros el poema Si eres extranjero con el que Pilar aborda de manera magistral un asunto tan real como doloroso y lo hace con un léxico tan sencillo como implacable y por ello sublime para llevar a cabo una prodigiosa contraposición de dos mundos tan próximos que, de una u otra forma, cohabitan y tan distantes que cabe entre ambos toda la inmensidad del infierno.

Además de conceptos frecuentes en esta magnífica obra como violín, agua, ilesos, ataúdes, llanuras, cuerpo, pezones, color pastel, carne, ceniza, cicatriz o insecto, entre otros, nos encontramos con la presencia salina de la transparencia en la aguas mediterráneas, como ya citamos anteriormente y cómo podemos apreciar en los poemas Un mar más mar todavía, Dueña del mar o Cabo de Gata hacen entrever un orbe amniótico donde morir para re-nacer innúmeras veces con memoria de todo cuanto fue inmanente a la consciencia, de todo cuanto es, pero también, a la presunción de cuánto será.

El poema La terraza,  nos habla con viva abundancia de detalles sobre  la cotidianidad del vecindario y la idiosincrasia de un barrio sumido en sus costumbres, aunque conforme lo hace, también nos avisa sobre la limitación de sus días y su inevitable desfile por el embudo del tiempo mientras depura con la palabra hecha imagen la ilimitada dimensión del universo contenido en el instante.

El poema El camino (pag. 45) con cita del recordado poeta Fernando Serrano “Es triste ser oasis si nadie se detiene”  hace un alto y se detiene justo cuando éste, el camino, se hace hueso, justo cuando se ha grabado la impronta del vivir en lo más hondo del ser y se detiene sencillamente para hacer noble recuento de jardines y plenitud. Recuento al que un delicado matiz de melancolía, confiere bellísima hondura de forma tal:

“que los ciegos que persiguen el vacío

Encuentren pulsión de azahar

Y destino de luz aún en la muerte”

Al Comprender al desierto, un texto poético que mantiene permanentemente una musicalidad interior en clave funambulista, percibiremos el exquisito equilibrio que nos asiste por sobre la violenta orografía de las emociones.

En su segunda parte, Una corona para Robinson Poemas de la isla confinada, nos hallamos ante lo que podría ser una oración profana, poderosa, un exorcismo en toda regla que va disponiendo las ideas consumadas en su lugar exacto, con la misma destreza que desarrollaría la ama de llaves de una casa de los sueños sin arredrarse ante los espejismos de la noche, para re-colocarlas en el hogar que regentara durante toda su vida.

Son poemas nacidos durante un aislamiento que ha servido para poner de manifiesto y cuestionar la naturaleza de los individuos, su fortaleza, su fragilidad, la delicada consistencia de la vida, dando cuenta de una sociedad de puertas adentro como podremos ver en los poemas A las ocho (pág. 69) u Oración de la entubada, (pag. 71) ambos de fuerte dramatismo. De las piedras solas, donde se yuxtaponen pasado y presente de la mano del emir Abderramán o Nervios y De diseño que vienen a hablarnos de la auténtica, la verdadera libertad del individuo frente a las fuertes corrientes de poder y manipulación de las masas, nos conmueven a la vez que nos sitúan como parte activa de un escenario del que, erráticamente, nos creemos solo espectadores.

Se oxidan los ángeles es un doloroso ejercicio de contrarios que da paso a un fabuloso festival de oxímoron en el que como si de una fiesta terrible de disfraces se tratara, los danzantes se despojaran de la faceta que les hiciera más reconocibles para revelar su crudo reverso poniendo de manifiesto que en el todo reside la realidad:

“al fin y al cabo, es un privilegio la decadencia,

el fluido más abyecto de la luz

desahuciando la emoción en un jardín de canas ”.

Te mira un perro es un emotivo poema que nos muestra la capacidad sanadora innata en la humilde nobleza de los animales.

Abrazado al verano con el vuelo de los Cernícalos, nos transmite un cierto estado de gracia, propio del sabor de la experiencia, ahora endulzado con el éxtasis del libre vuelo que confiere la aceptación del dolor una vez culminada la alquimia que le transmutó desde su propio alambique. Un poema que a pesar de saber a ciencia cierta lo pasajero del tránsito de la vida, no deja de celebrarla o Cegueras, de la mano, o mejor dicho del ala de los vencejos para honrar toda esa belleza que constantemente nos pasa desapercibida.

“¿Cuántas veces la hermosura ha mordido nuestros labios

con la celeste levedad de Fray Angélico?

El escenario frágil de un gato en la ventana,

contemplando nuestro paso tras el verde de sus ojos,

la obediencia fiel de ese perro que sueña más que muere

con la caricia de una mano que le es esquiva.”

No falta un espacio en Los nudos ilesos para una, tan fuerte como justa, crítica social de la que extraigo unos versos del poema Dadle la vuelta al mundo:

“Para oler su hedor de huesos confabulados,

Osarios pulcros lamiendo guerras,

Crematorios de niños que no conocieron payasos,

Poner sus teoremas del revés.

Concluimos nuestra singladura (aunque sabemos que no será esta la única vez que la llevemos a cabo pues su magnetismo no tardará en atraernos de nuevo) con Último abrazo, el  broche de oro de un libro prodigioso para rendir homenaje a la generación de un país que ha sufrido todos los reveses que puede sufrir una sociedad (guerra, post-guerra, calamidades, miedos, privaciones, represión y cuando sus últimos años de vida podían transcurrir con una mínima calidad, le llega la pandemia cuyas consecuencias todos conocemos):

“Veneremos (pues) los descampados de sus cuerpos nublados.

Veneremos la tierra que pisaron, el lírico osario de su último abrazo”.

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