La Bruma que Apacigua la Memoria

   Por José Antonio Santano

Título: La bruma que apacigua la memoria

Autor: Juan Naveros Sánchez

Editorial: Nazarí (Granada, 2022)

Sucede en muy pocas ocasiones. Es entonces cuando el poder de la literatura se visualiza de forma clara en la pureza y la calidad del texto, dejando para el escaparate y las alfombras a las personas que detentan ese poder basado en la manipulación reiterada, el amiguismo u otros extraños manejos que nada tienen que ver con la excelencia de la literatura y sí con la exclusiva vanagloria, la ambición desenfrenada en el vacuo camino hacia la fama o la futilidad tan propia del mediocre. No es el caso que hoy nos trae a este Escaparate de libros, en el cual la literatura, el verdadero poder de la literatura nos hace creer que todavía es posible, que hay esperanza para seguir sustanciando todos los aspectos fundamentales de un texto esencialmente literario. Y como muestra un botón: la novela La bruma que apacigua la memoria, del profesor, ensayista y escritor Juan Naveros Sánchez (Castillo de Tajarja, Granada, 1952). Con anterioridad a ésta, y también perteneciente al género de novela histórica publicó, con el mismo sello editorial granadino de Nazarí, Barminán. Las hogueras del inquisidor Lucero (2017), que reseñé en su día. Para esa ocasión escribí algo así: «Hay ciertos libros que están destinados a las minorías: lectores de sólida formación literaria y, en algunos casos, a críticos insobornables, honestos e intachables…»; hoy, después de adentrarme en las entrañas de esta nueva novela de Juan Naveros, suscribo en su totalidad lo dicho. Y lo hago porque si la anterior buceaba en un hecho histórico (la Santa Inquisición) que tuvo gran repercusión en la historia de España, no lo es menos el que nos presenta su autor en esta segunda novela, tal es la Guerra Civil española y sus dramáticas consecuencias, hasta el punto de comprobar que aún hoy perduran («Porque en todas las personas que sufrieron los desgarros de aquel tachón de sangre fratricida del fatídico año 1936, el miedo, en todas sus formas extremas, resecó sus órganos vitales para el resto de su existencia y les selló la boca para siempre»).  Esta no es una novela más sobre nuestra incivil guerra, no, sino una obra de referencia literaria en la que importa, sobremanera, el lenguaje, el desentrañamiento de lo vivido, la visualización del miedo, el extraordinario ensamblaje de los dos personajes principales: el rehén y el Comisario (hijo y padre), el tiempo y el espacio en el cual el narrador ahonda hasta límites insospechados, la recreación del momento histórico sin alarmante estridencia, porque a su autor solo le interesa construir un edificio literario sólido, coherente y al mismo tiempo conmovedor, como debe ser todo arte que se precie. Esta novela representa dos mundos enfrentados, antagónicos y en cada uno de ellos vive, de una manera u otra, el miedo, el desgarro interior que hace al ser humano miserable, egocéntrico y tirano, o, de otra, callado y sumiso, resignado y miedoso hasta el punto de anular la vida misma. No es ésta una novela cómoda en la que el lector pase página tras página sin más, bien por un lenguaje excesivamente coloquial (nada literario), bien porque la historia sea incoherente o vaciada de contenido; en La bruma que apacigua la memoria habrá que dejarse llevar por las imágenes, a veces por las metáforas y siempre por un lenguaje pleno de vida, en el cual el uso exacto del léxico, de las palabras trasciende de tal manera que, la propia existencia de una tensión lingüística y argumental, se apodera del lector hasta crear en él una verdadera conmoción. La escritura se rebela, es un grito de atención y debe así servirnos para alertarnos de lo vacuo y efímero, de esa tendencia actual de la novela en la cual todo es superficial. Naveros ha buceado en el interior de los personajes principales hasta desfallecer, convirtiéndose así en parte inseparable de ellos, los ha psicoanalizado hasta hallar las claves necesarias para ensamblar una historia que, ambientada en una guerra, no sea la guerra misma el núcleo central, sino sus consecuencias: el miedo («El miedo es el único que da la medida de la crueldad y la impotencia»), el dolor, la soledad, el hambre («El hambre absorbe la grasa de las células, ablanda los huesos, curva las piernas de los niños, consume los músculos y sobre todo, devora el alma, convirtiendo a las personas en bestias crueles y desesperadas»), la tiranía eclesiástica y militar, la resignación, el silencio perpetuo o el espanto, todo a través de lo vivido por sus dos protagonistas. El drama, la devastación interior de quienes vivieron no solo los años bélicos, sino esa posguerra de misal y sumisión en que quedó convertida la vida, es lo que se cuenta aquí. No es La bruma que apacigua la memoria, una novela al uso, ni el autor ha pretendido que así sea, por cuanto su único reto ha sido valerse del lenguaje para escribir un texto de extraordinaria calidad literaria, hecho que a mi modesto entender la hace candidata a ser reconocida por la crítica española y premiada como tal por quienes tengan a bien acercarse a sus páginas, en la seguridad que quedarán atrapados irremisiblemente en ellas. Lo dije en otra ocasión y lo reitero ahora para La bruma que apacigua la memoria, una novela singular que nos aporta solidez y excelencia literaria, y su autor, Juan Naveros Sánchez, un escritor de amplios registros y estilo brillante al que no hay que perder de vista.    

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