Por Sebastián Gámez Millán
Los perfiles del frío
Inmaculada García Haro
Valparaíso Ediciones, Granada, 2022
El poemario, Los perfiles del frío, está estructurado en cuatro partes, Poda de invierno, con nueve poemas, Tocata y fuga, con cuatro, Extraño viaje, con nueve y Palabra y tiempo, con cinco, que suman, en total, veintisiete poemas, con la peculiaridad de que dos de ellos aparecen traducidos al rumano por Cristian Sabau. Entre estos poemas encontramos ejercicios de metapoesía (Poda de invierno), formas clásicas como el soneto para expresar fenómenos imperecederos, como el deseo (Ad livitum) o recientes (Pandémica codicia), poemas de denuncia social (Ablación, Febrero en Latakia) o más culturalistas, como una écfrasis inspirada en un dibujo, homenajes a César Vallejo (El heraldo de la soledad), del que justamente se cumplen 100 años de la primera publicación de un libro suyo que transformó la lírica de nuestra lengua, Trilce (1922), y a Gloria Fuertes (Poema a una poeta y su flequillo), o diálogos intertextuales con Antonio Machado (La palabra en el tiempo permanece).
¿Cuál es el hilo conductor dentro de esta diversidad temática y formal de poemas? Me atrevería a decir que Inmaculada García Haro, de los naufragios de su existencia y los pecios de su memoria, logra rescatar símbolos y signos con los que se interpreta, comprende y se comunica, primero, con ella misma, puesto que se palpa una ineluctable necesidad de expresarse, y posteriormente con el futuro lector, que puede aprender a descifrar lo que siente e interpretarse, comprenderse y comunicarse a través de algunos de estos poemas. En una nota al final indica que “este poemario ha sido elaborado durante los años 2010 y 2020 entre Málaga y Rumanía”, dado que, a diferencia de la prosa, a la que podemos forzar en mayor o menor medida, ya sabemos que la poesía se escribe cuando ella quiere.
No es fruto del azar la cita escogida al comienzo de El infierno está en mí, de Ángeles Mora, a su vez otro diálogo intertextual con una célebre afirmación de Jean-Paul Sartre y su consiguiente y madura réplica, que la autora de Los perfiles del frío adopta a través de estos poemas: “El infierno no son aquellos otros / que siempre se quedaron lejos / de mi calor: / el infierno soy yo. / Mi nombre es el desierto donde vivo. / Mi destierro, el que me procuré…”. En otros términos, ella, la alter ego de Los perfiles del frío, que se funde y confunde con la persona de Inmaculada García Haro, pero que no en todo tiempo es ella, como no es lo mismo lo inconsciente que el yo social, es la que forja su aventura y su ventura, la que sostiene las riendas de su libertad-responsabilidad.
A continuación vamos a relacionar esta cita con dos de los poemas que prefiero, “Poda de invierno”, que da título a la primera parte, y “Los perfiles del frío”, que da título al conjunto. El primero aparece precedido por cuatro versos de Fuensanta Martín Quero que prefiguran el tema, la escritura como cura: “Escribir un poema, / un nido donde guardar palabras, / dejar quietas las horas / para curarlas”.
Hay que cortar las hojas que nos sobran
dejar el tronco libre y pocas ramas
las raíces se afirman en la tierra
Sin el peso del lastre que aguantaban.
Que no te tiemble el pulso de tu mano
en este frío invierno en el que habitas
hay que seguir el ritmo de los cambios
Que en la materia informe germinarás.
Del muñón brotarán áureas palabra
que en júbilo convierten nuevas horas
en iniciados huecos cobijadas.
También antecedió a la noche el día
pero infinita no es ni la alborada.
No tiembles, te repito: corta y sana.
En este poema, al igual que en otros de Los perfiles del frío, emplea un lenguaje velado por símbolos que preservan intacta la intimidad. De esta manera evita desnudarse por medio de la confesión, y al mismo tiempo multiplica los posibles sentidos del texto, que es una de las funciones del lenguaje poético: expresar lo máximo con lo mínimo. Estableciendo metáforas y símiles con la naturaleza, fuente de conocimiento y sabiduría inagotable, “cortar las hojas que nos sobran” bien puede ser desprenderse de recuerdos del pasado que tal vez nos impiden sobrevivir a lo vivido, caminar correctamente por el presente.
Hábilmente utiliza un mismo campo semántico para que el lector no pierda de vista la imagen del árbol, que en el fondo es ella y somos nosotros. En todo caso, quiere “seguir el ritmo de los cambios”, vivir en consonancia con el devenir de la naturaleza, por lo tanto, no permanecer atada a lo que fue.
En la tercera estrofa formula la transformación: “Del muñón brotarán áureas palabras / que en júbilo convierten nuevas horas”. Y el soneto concluye con un epifonema en el que se interpela a sí mismo en la segunda persona del singular, como veremos en otros poemas: “No tiembles, te repito: corta y sana”. Nietzsche decía que algún día descubriríamos que detrás del arte no hay sino cura, salud.
Aquí apreciamos un ejercicio poético en el que la autora se esfuerza por “transformar lo que fue en un `así lo quise yo´” (Así habló Zaratustra), tal como es propio de la voluntad de poder manifestada por el arte. Si nos desplazamos por un momento a la séptima estrofa de “Pago mi fianza” encontraremos unos versos en la misma estela, en la que por medio de la creación se reconfigura la experiencia: “Todo patas arriba, / del revés, boca abajo / para volverlo todo / a mi sentido”. Sería interesante leer/releer desde esta perspectiva el conocido libro del neurólogo, psiquiatra y filósofo Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido: la creación poética como reconfiguradora de la experiencia.
Pero no es, reitero, el único poema en esta línea. Analicemos ahora “Los perfiles del frío” –reparemos por lo pronto en la aliteración del título, otro recurso recurrente del estilo de Inmaculada García Haro–:
Cuando el corazón se hiela
cada una de tus vísceras se contagia
se endurece tu lengua
y tus ojos son cristales ciegos.
Perdiste la pista
del aura de calor que envuelve a todos los seres.
Has cincelado
un dolor que se volvió hielo en tu mano
y forjaste una atalaya de nieve
desde donde avistar al enemigo
para no ser vulnerable
a otros cuchillos blancos.
¿Cómo llegaste hasta allí?
¿Cómo subiste a la cima de una soledad
que por custodia tomó un foso gélido y estéril?
Por los perfiles del frío ascendiste
dejando atrás todo aquello
que pudiera dar calor a tus raíces.
De nuevo usa la segunda persona del singular. Así se distancia del “yo” tradicional de la lírica, y apela al lector. Quien en la poesía contemporánea ha hecho santo y seña de este recurso es Luis Cernuda en La realidad y el deseo. Si bien a mi parecer a quien en primer lugar vuelve a interpelar la autora es a sí misma. Con numerosos recursos lingüísticos (metáforas: “perfiles del frío”, “cristales ciegos”, “cincelado”, “atalaya de nieve”, “cuchillos blancos”… interrogaciones retóricas consecutivas, doble adjetivación –gélido y estéril–), el fenómeno que se formula poéticamente en este texto, a falta de otros conceptos, es a mi juicio una ascesis. Como indicó el arqueólogo de las ideas Michel Foucault, una ascesis no es tanto una renuncia como una preparación para lo incierto del destino (Hermenéutica del sujeto).
El alter ego de Los perfiles del frío formula un camino ascético, un proceso de transformación de sí. De ahí esas imágenes espaciales que dan cuenta del tránsito recorrido: “¿Cómo subiste a la cima de una soledad (…) ascendiste / dejando atrás aquello / que pudiera dar calor a tus raíces”. Deseo que cada lector descubra por sí mismo qué son Los perfiles del frío. Ojalá encuentren calor en estas palabras, y su autora, Inmaculada García Haro, no sé si después de este o, aún mejor, de todos los libros que le quedan por escribir, se encuentre consigo misma.