Por José Sarria

“Habitada por palabras”

Rocío Rojas-Marcos

Huerga y Fierro (Madrid, 2020)

Escribió Rimbaud que: “La poesía pretende cambiar la vida. No piensa embellecerla como piensan los estetas y los literatos, ni hacerla más justa o buena, como sueñan los militantes o moralistas. Mediante la palabra, el poeta, consagra la experiencia de los hombres y las relaciones entre el hombre y el mundo, entre el hombre y su propia conciencia”.

Y así la consagra Rocío Rojas-Marcos en la que ha sido su primera entrega poética, “Habitada por palabras”: “Acumulo palabras enmarañadas,/ las vuelco sobre páginas blancas/ hasta trazar una línea entre ellas/ …/…  y transformarlas/ en parte de mí”, convertido en testimonio desbordado de heridas, pero también en espacio constitutivo desde el que iluminar la sustantividad más humana mediante sus poemas-astillas; una propuesta lírica que esencializa un pensamiento propio, una habitación personal o una ciudad refugio, desde donde la poeta dialoga, libre y emancipada, sobre sus experiencias, sus derrotas y sus expectativas: rebelión como arma frente al dolor y al desasosiego, hasta lograr deshacer y desintegrar una realidad que, por imperfecta, se le hace inadmisible: “Mi solución/ consiste en salir andando de espaldas/ intentando no tropezar”.

El daño, su significado último, emerge en el poemario como elemento axial, como piedra angular de la construcción lírica, en la línea de lo que nos ha enseñado Paul Valéry, cuando afirmaba que los poemas son un intento de expresar, con palabras, lo mismo que dicen los gritos y las lágrimas.  Afirmación existencial frente a la desaparición, frente a la pérdida de aquello que un día se elevaba en sus mañanas como bastión inexpugnable (“Dijiste adiós/ cuando sonaban los truenos./ Dejaste la llave/ dando un tirón de la puerta por fuera./ Aún sigue lloviendo aquí, en el salón”) y, a la vez, ejercicio de comprensión o, quizás, asunción del dolor humano como elemento nuclear y  declaración vital frente a la desaparición por la preterición de aquello que un día amamos.

Un esfuerzo por superar lo incomprensible que subsiste en el mundo, para desintegrar y deconstruir un entorno que, por imperfecto, deviene en inadmisible (“Hay días que solo pienso/ en taladros. Silencio,/ …/… solo quiero silencio/ solo quiero silencio./ Mirarme hacia dentro/ y encontrar/ los minutos de aire repescados/ ordenando destellos, ideas…/ Silencios”). Y en el fondo de todo, la sonora determinación por lo definitivo: la búsqueda de la belleza y el amor por la vida desde una mirada contemplativa que se eleva fundante en la distancia (“el mundo se origina en las distancias”, escribió Ilse Aichinger) y en sus pequeñas circunstancias, para “transformar los silencios en pájaros”, tal y como nos ha enseñado Raquel Lanseros.

“Habitada por palabras” es un proteico texto reflexivo, examen último de la esencia, mediante una poesía de la introspección. Una propuesta de la contemplación, de la experiencia concentrada, atenta al silencio, que hace de la meditación el detonante desde el que ofrecer un firme texto lírico, sugerente, de interiorización, en donde la mirada y el recuerdo conforman el pulso vital de la autora  para soñar con ese otro lado de las cosas, alcanzable a través del lenguaje poético. Un texto que va desgranando la evolución del exilio personal (“Mi poesía se derrumba entre estas páginas”), del transcurso de la existencia, de la ruptura amorosa o la diáspora en islas solitarias que miran hacia la nada. La meditación y la memoria son el recurso posible en donde el tiempo se estanca para dar paso al prodigio de la inmortalidad, gracias a la resurrección que se esconde en las palabras, sustentada en un mensaje lírico impregnado por la presencia constante de lo arrebatado, de su alcance y naturaleza, que significa para nuestra poeta una forma de maduración y crecimiento personal, a la vez que indagación última de la belleza y que constituyen el fundamento desde el que reivindicar la necesidad de reelaborar o reinterpretar la realidad a fin de retornar al paraíso perdido.

La historia no es un mero acta notarial ni una crónica autobiográfica, sino una realidad transubstanciada por el recurso de la evocación, de donde van emergiendo remembranzas, imágenes o experiencias: el mes de mayo agonizante, la cuesta de la playa que desciende hasta el campo de San Giovanni, su reflejo en un escaparate a modo de retrato cubista o aquel anochecer en un hotel de El Cairo.

“Habitada por palabras” es el testimonio disidente de una mujer que ha hecho de su sangre voz. Desde ahí, ha emprendido el tránsito irrenunciable de la libertad: “Y al final la ciudad/ y al final yo”, en cuyo firmamento propone el diálogo vital, la pasión por la palabra, la contemplación del mundo, la celebración de la vida, para establecer, al modo de Alejandra Pizarnik, “un lugar en donde sea lo que no es”. Y, este, es el epítome del abisal poemario, pues el sufrimiento o el miedo, con toda su gama de matices: devastación, angustia o desesperación, que acampa en muchos de sus poemas, abre la puerta al adviento y nos anuncia la llegada de una luminosa esperanza.

Es, en definitiva, un canto al tiempo sucedido, al tiempo perdido en el propio tiempo, que tiene mucho que ver con la superación del intimismo subjetivista (en la línea de la consideración cordial de lo íntimo del que tanto hablara Machado: “Palabra en el tiempo”, escribiría el poeta sevillano), en un claro intento por dar sentido, explicación o interpretación a la propia existencia desde el rescate de los recuerdos que viven y sobreviven al paso de las horas sumergidas.

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