Sebastián Gámez Millán
Creo que la lengua del mundo es la traducción. Y no sólo porque la mayoría de las obras de la literatura universal que leemos (La Odisea y La Ilíada, de Homero, Antígona y Edipo Rey, de Sófocles, La Eneida, de Virgilio, y Las Metamorfosis, de Ovidio, Las confesiones, de san Agustín, y La divina comedia, de Dante, Hamlet, de Shakespeare…), las conocemos por medio de traducciones. Es dudoso que el mundo tenga un fin más allá de la vida y del que los seres humanos seamos capaces de dotarle en medio de tanto sin sentido. El mundo está ahí, no diré para ser leído, pero si no lo leemos, si no lo traducimos, si no lo comprendemos, además de resultar más ininteligible y absurdo, sería imposible actuar con cierta prudencia y sabiduría, aspectos prácticos para los que se requiere la máxima comprensión y conocimiento.
Y gracias al arte y la literatura, que traspasan fronteras, descubrimos que lo que nosotros creíamos que sólo sentíamos o pensábamos nosotros, también lo sienten y piensan otros: “nuestra voz en otras voces, que con nosotros han de morir”, pues nos ayudan a expresar lo que somos. Leer, al igual que traducir, es una experiencia solitaria y solidaria. Esta comprensión de sí a través de los otros nos abraza y cura. Y así vamos descubriendo que no estamos solos en el mundo, aunque lo estemos; que todo es nuestro, aunque nada lo sea para siempre.
Octavio Paz lo expresó de forma clarividente: “Cada poesía es una lectura de la realidad, esta lectura es una traducción que transforma la poesía del poeta en la poesía del lector”. Quería comenzar con un pequeño elogio de la traducción del poeta, en este caso de José Sarria, que traduce las sensaciones de la realidad a una cadencia de palabras con las que nos asomamos al mundo de otra manera; y al traductor, en este caso a Gordon E. McNeer, que ha logrado que las palabras de la lengua española empleadas por Sarria en sus poemas puedan ser leídas y comprendidas por la comunidad angloparlante, que no sólo asciende a unos cuantos centenares de millones de personas, sino potencialmente al mundo, al tratarse por distintas razones en las que ahora no voy a entrar de la lengua más universal.
Elogio del tiempo, acertado y bello título, como si fueran las manos del tiempo las que escribieran, algo que nos trasciende, no José Sarria, alguien de carne y hueso, es una antología de 39 poemas que abarca un cuarto de siglo de escritura, desde 1996 a 2021. Se encuentra estructurado en seis partes, cada una de las cuales está vinculada con temas recurrentes de la obra del autor, lo que nos ofrece claves interpretativas: “Identidad”, compuesto de dos poemas; “Yo soy el Oriente”, un poema; “Donde habita la memoria”, seis poemas; “Canciones sefardíes”, diez poemas; “Las raíces del agua”, once poemas; “Tiempo de espera”, nueve poemas.
Como es cada vez más frecuente en la lírica hispanoamericana desde Juan Ramón Jiménez, se combinan poemas en verso libre y poemas en prosa, tanto unos como otros de considerable carácter meditativo, cercanos a la poesía del silencio, cuyo mayor representante fue quizá José Ángel Valente, al que cita en distintas ocasiones. ¿Son estos poemas unos fragmentos rotos y recompuestos de la experiencia de la vida del autor? No albergo la menor duda. Una de las citas cuidadosamente elegidas a modo de entrada en la materia es de Olvido García Valdés, y dice: “Un poema es un lugar raro donde se guarda la vida”. Y en “Identidad” leemos otra cita de Ibn Zaydun en esta estela: “Pasa tus ojos sobre las líneas de mi escrito / y encontrarás mis lágrimas desposadas con la tinta”.
Si no percibimos claramente las huellas de su paso por la vida es porque la poesía, al igual que el arte, vela a la vez que revela por medio de una serie de procedimientos. En primer lugar, por la personalidad del autor, que a diferencia de lo que desgraciadamente es demasiado abundante en nuestros días, carece de la voluntad de contar con pelos y señales sus vivencias. Y, en segundo lugar, pero vinculado al anterior, el uso de símbolos le permite resguardar la privacidad y la intimidad, aspectos fundamentales cuyos límites con lo público está con la proliferación de las nuevas tecnologías desapareciendo. ¿Qué sobrevive de nuestras vidas? Ahora bien, que Sarria siga el dictum de Octavio Paz, “los poetas no tienen biografía; su biografía es su obra”, no significa que el hipotético lector que se adentre en Elogio del tiempo no pueda reconocer su vida en las palabras del poeta ¿Acaso no es este uno de los milagros de la poesía, elevar lo particular a lo universal?
Eso sí, José Sarria no oculta las cartas, al contrario, las muestra. Muchos de los poemas van precedidos por unos versos que en no pocas ocasiones son los que han inspirado o impulsado la escritura. Entre tales influencias resaltaría, además de Valente, Jorge Luis Borges, Cavafis y Rafael Ballesteros, entre otros, si bien en realidad “es imposible citarlos a todos”. Esto nos conduce a la idea de la literatura como palimpsesto, es decir, nadie escribe desde la nada, sino antes bien escribimos y reescribimos bajo las huellas de las diferentes tradiciones que confluyen en el tiempo y que nosotros, con perseverante esfuerzo y suerte, podemos apropiarnos.
Recogido en “Donde habita la memoria”, paráfrasis del poemario de Luis Cernuda, a su vez inspirado en un verso de Bécquer, encontramos “Las Ítacas”, donde se aprecia un ejercicio intertextual y su anhelo de reescribir en prosa el célebre poema de Cavafis. “El color de la memoria”, otro de mis poemas preferidos, se compone de doce estrofas que, a excepción de una de ellas, comienzan con el verbo “Soy”, anáfora que con sus repeticiones sostiene el ritmo, introduciendo enumeraciones caóticas en las que se entremezclan con aire épico elementos de la cultura Occidental (“Soy Ítaca y los viajes de Ulises”) y Oriental (“Soy la locura de los cuentacuentos que acampan en la plaza de Jemaa el-Fna, alguno de los bueyes del Gerión y la sonora voz de los hijos de Andalucía”), dando a entender sabiamente en el epifonema que somos la memoria de los estratos del pasado, que no hay cultura que no sea híbrida, y que no hay Occidente sin Oriente del mismo modo quizá que no hay Oriente sin Occidente.
El otro, la otredad, es un tema fundamental en la obra de José Sarria. Y ya no sólo por la poderosa presencia de Oriente en muchos de sus poemas y versos. No es fortuito que la dedicatoria con la que se abre la antología sea esta: “A los otros, que abrieron mis ojos a lo que ahora es visible”. Podría haber elegido el nombre de una persona, quizá el de su inseparable compañera, la artista Larisa Sarria, pero ha optado al final por una pluralidad de seres sin la cual no puede llegar a ser el que es. Nunca lo repetiremos suficientemente: no hay “yo” sin “nosotros”. A pesar del individualismo excesivo de nuestra época, el “nosotros” es anterior y superior al “yo” en tanto que lo trasciende.
Incluido en “Tiempo de espera”, en “El petirrojo”, compuesto de tres preguntas sucesivas, se advierte de nuevo otra de las características más destacadas de la poesía de José Sarria, el uso del símbolo, que el poeta y crítico Carlos Bousoño situaba en Antonio Machado -¿acaso no está presente en Quevedo y, más aún, en Góngora?-, pero que sea como sea multiplica y enriquece de posibles interpretaciones los signos, que es una de las funciones de la poesía: ¿Cuándo es más ave el petirrojo? / ¿Cuando eleva su vuelo, / cuando entona su trino, / cuando exhibe el plumaje tornasol? / ¿O cuando queda inmóvil, / sin nombre ni pasado, / en el fecundo instante / del tiempo detenido?”. Tengo para mí que alude a eso que al menos desde Marcel Proust se conoce como “tiempo en estado puro” o de “plenitud”, y que se lleva a cabo más en la contemplación que en la acción, salvo que no hay contemplación sin acción.
Echo de menos que en esta antología no figuren poemas como “Huerta del cementerio de Macharaviaya” o “Apolo 11”. El primero tal vez porque brota de un espacio muy concreto arraigado a nuestra geografía, si bien la experiencia que se descifra, de nuevo con ecos de Cavafis y recursos intertextuales, es universal. Del segundo me sorprende más su ausencia por el impacto de aquel acontecimiento que lo inspira en el imaginario mundial, pero sobre todo norteamericano, pues logra reflejar con acierto la experiencia de la infancia y al mismo tiempo capta el espíritu de la historia, con sus proezas tecnológicas en contraste con sus miserias políticas y sociales.
“Incertidumbres”, casi al final de “Tiempo de espera”, son preguntas poéticas sobre temas universales: “¿Cuántos otros habitan en mí?”, que alude a la esencial heterogeneidad del ser. “¿Por qué lo llaman olvido si su nombre verdadero es herida?”, que alude al imposible olvido y a la dificultad de nombrar por su nombre correctamente a las cosas. “¿Cuántos ríos fluyen en la palabra Éufrates?”, que recuerda de nuevo a Borges.
El poeta y crítico Manuel Gahete, Presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España, ha escrito acerca de la obra poética de José Sarria: “Su casa está abierta de par en par a todos los hombres y mujeres del mundo (…) Escucho su palabra y la ilumina el don más admirable, el don donde se uncen verdad, bien y belleza”. Es la idea griega del kalós-kai-agazía: verdad, bien y belleza, un ideal imperecedero que a mi parecer es transcultural. En efecto, la poesía de José Sarria nos abraza solitaria y solidariamente. En la incesante necesidad de buscar horizontes de concordia, y todavía más en el mundo actual, la presencia y la palabra de este poeta se me antoja poco menos que imprescindible, pues tiende puentes entre las diferentes culturas y personas.
Para quienes no tengan el gusto de conocerlo, además de dedicarse profesionalmente a cuestiones económicas, José Sarria es poeta, crítico y ensayista; académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba, de la de Écija, y en junio pronunciará su discurso de ingreso en la de Antequera. Es secretario general de la Asociación de Escritores de Andalucía y de la Asociación Internacional Humanismo Solidario. Autor de más 25 libros de poesía, ensayo y narrativa, su obra se ha traducido a numerosas lenguas. Una de sus principales líneas de investigación es la literatura hispano-magrebí, sobre la que ha intervenido como ponente en foros de Andalucía, España, Marruecos y Túnez. Es director de la editorial Poéticas y de la revista digital “Hispanismo del Magreb”.