Por Encarnación Sánchez Arenas.
Dulce María Loynaz Muñoz (La Habana,10 de diciembre de 1902-La Habana, 27 de abril de 1997) fue una escritora cubana, considerada una de las principales figuras de la literatura cubana y universal. Obtuvo el Premio Miguel de Cervantes en 1992.
Entre sus poemarios destacan Versos (1950), Juegos de agua, Poemas sin nombre (1953), Últimos días de una casa (1958), Poemas escogidos (1985), Poemas náufragos (1991), Bestiarium (1991), Finas redes (1993), La novia de Lázaro (1993), Poesía completa (1993), Melancolía de otoño (1997), La voz del silencio (2000), El áspero sendero (2001).
La relación del sujeto lírico y/o creador con posturas ecológicas en la obra de Dulce María Loynaz se establece como una constante humanista, que aboga por una condena tanto a los elementos naturales como a la animalia sometidos a situaciones de marginación. Si bien su obra no resulta explícitamente ecológica, se puede concluir que tanto su discurso como su posición axiológica representada en su obra, abogan por la defensa de lo natural como leimotiv, como apuntan Liuvan Herrera Carpio y Mayreen Dita Gómez en Revista Dilemas Contemporáneos: Educación, Política y Valores, Año: V Número: 2 Artículo no.47 Período: Octubre, 2017 – Enero 2018
Con Últimos días de una casa, la casa no solo es la protagonista del poema, sino también el sujeto de la enunciación, aspecto este no siempre presente en otros textos sobre el espacio doméstico. Pero en la voz en primera persona de la casa se observa un yo infinito, más claramente que en otros poemas suyos. Su persona, su ambiente, y su íntimo testimonio poético de denuncia, de resistencia van dirigidos directamente a nosotros, los lectores.
La publicación de Poemas náufragos significó no tan sólo el rescate de unos poemas que de otra forma hubieran desaparecido sin dejar rastro, sino también otro despliegue de control poético proveniente de la pluma de Loynaz. A pesar de haber ido a la imprenta durante la última década de la vida de la poeta, los náufragos fueron la muestra ideal para acercarse a las distintas etapas de su vida; una selección que combinaría su sensibilidad artística con el dominio de la palabra. Aunque me he aproximado a esta colección a través de la vertiente del silencio, al mismo tiempo, soy consciente de la variedad de enfoques críticos que permite este poemario. El silencio funciona como un ente emisor que logra la conexión
entre el autor real e implícito y el lector; un referente indirecto que estructura la cohesión deseada. La metáfora de lo inexpresable impide la evanescencia de una prosa poética que se afirma a partir de su singularidad; las omisiones deliberadas se erigen como la fortaleza del texto: lo simbólicamente subrayado sin explicitud. O, tal vez, pueda expresarlo en otras palabras: un silencio que nos ha hablado en voz alta, como indica Humberto López Cruz en Filología y Lingüística XXXII (2): 29-40, 2006.
(PUBLICADO EN DIARIO JAÉN EL O7-12-2024)