CON EL POETA WÁSHINGTON DELGADO

Por Encarnación Sánchez Arenas.

Indudablemente la faceta más conocida de la actividad intelectual de Wáshington Delgado es su labor como poeta. Es una de las figuras más destacadas de esa notable promoción de poetas conocida como «Generación del 50». Autor de numerosos e importantes poemarios, entre ellos Formas de la ausencia (1955), Días del corazón (1957), Para vivir mañana (1959), Parque (1965), Destierro por vida (1969), Historia de Artidoro (1994), y el casi póstumo Cuán impunemente se está uno muerto (2003, en este número se publican un par de poemas de esa obra). Su libro de 1970, Un mundo dividido, que reúne gran parte de su producción poética, perdurará sin duda como uno de los grandes hitos de la poesía peruana.

          Los poetas del 50 se dividieron inicialmente entre «sociales» (com- prometidos) y «puros». Pero ya en la obra de varios autores del 50, en especial Wáshington Delgado, se va superando esa dicotomía forzada. Su poesía desnuda la alienación humana y se compromete con utopías solidarias. Pero es también una poesía de perfección formal, de escritura cuidada y variedad de recursos técnicos. Bajo la aparente sencillez del lenguaje, hay una sutil construcción del verso y un profundo conocimiento de la tradición poética, como indica Carlos García-Bedoya en Letras (Lima) 74 (105-106): 67-69.

         De su poemario Parque hablaremos de su métrica. Las estrofas empleadas son las siguientes: pareado, tercerillas, seguidilla, cuarteta, sonetillo heterométrico, romancillo y canción libre. El encabalgamiento no tiene espacio en el poemario, como aclara Juan Jesús Payán Martín en su tesis doctoral Wáshington Delgado: un poeta peruano de la generación del 50. Y cito los siguientes versos de Parque: /Caminaba el alba/ pisando con prisa/ la cara del agua […]/ Se reía el agua/ de los pies que iba/ lavándose el alba. /.

         En el poemario Destierro por vida, Delgado regresa a una estructura externa dividida en secciones. Destierro por vida presenta cuatro partes: “Tierra extranjera”, “Canción entre los muertos”, “Intermedio lírico”, “Inútiles palabras”. Cada una de ellas, excepto la última, consta de cinco poemas, conformando un total de veintiún textos. Entre los símbolos que utiliza tenemos algunos: el peregrino o extranjero, el laberinto y el desierto. Debo apuntar uno más que, a modo de escenografía, contradice el contenido simbólico de la peregrinación. Me refiero a la “habitación”. Encierro y vagabundeo se hacen paradójicamente compatibles a lo largo del libro. La habitación simboliza el reino interior y en algún caso la incomunicación. La falta de transitividad personal hacia la realidad exterior provoca la inutilidad del lenguaje (uno de los motivos principales del libro), como indica Juan Jesús Payán Martín. Y cito los siguientes versos de este libro: /He abierto los ojos para que los caballos/ vuelen por el cielo/ y la madreperla reemplace al aire/ en las oficinas del Estado/ la sangre en mis entrañas/ no era una flor sino una piedra […]/.

(PUBLICADO EN EL DIARIO JAÉN)

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