Por Encarnación Sánchez Arenas
Lorenzo Oliván(Catro-Urdiales, Cantabria, 1968) es un poeta, traductor y ensayista español, influido por las generaciones poéticas del 27 y del 50, y por la poesía moderna anglosajona.
Entre sus poemarios tenemos Los daños (2022), Para una teoría de las distancias (2018), Nocturno casi (2014), Libro de los elementos (2004), Puntos de fuga (2001), Único norte (1995), Visiones y revisiones (1995).
Si la dialéctica entre revelación y misterio atraviesa toda la obra del autor, tal vez en Nocturno casi es donde la poesía de Oliván es experiencia de luz que necesita de la oscuridad, como es su poema titulado “Alucinación”: /Aquella puerta negra se te resistía. Algo se abría en ella y todo lo que se abre en una puerta se ha de abrir para ver. Con las manos en círculo, rodeando los círculos de tus dos ojos grandes y redondos, te enfrentaste, de niño, a la razón suprema de todo lo cuadrado. Y allí viviste la alucinación. Experiencia de luz que necesita de la oscuridad./.
En Libro de los elementos permite hablar ya sin reservas de una indagación de corte metafísico que se obtiene de la confrontación del pensamiento poético con las zonas oscuras de la conciencia íntima, según propone Araceli Iravedra en Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000), p. 817-831. Así queda ilustrado en su poema “Alta noche”, donde se reitera un anhelo de instrospección: “Quiero escucharme dentro. Por debajo/de mí suena un lenguaje/hecho de vagos signos/en continua pujanza,/ que entrechocan, se crean, se destruyen/ y cantan el caótico/ mundo que soy para mi pensamiento/ o la armonía en lenta gestación/ que soy para otra mente que me piensa./.
Puntos de fuga, por un lado acusa un mayor desprendimiento de los ingredientes anecdóticos en aras de la intensificación del simbolismo, como herramienta de indagación en el envés de lo real; por otro, hay una nueva voluntad de conjugar la mirada y la tentación metafórica, que hasta entonces había sido protagonista indiscutible, con la reflexión, de introducir en lo plástico el pensamiento, para mejor intuir mediante esa emoción reflexiva el “doble fondo” de la realidad (Oliván, en García Martín, 1999: 317). En ello tuvo que ver un proceso de maduración personal que condujo a Oliván a la valoración de otras tradiciones más meditativas: la de los poetas sociales o los autores del cincuenta, entre los españoles, y la de la poesía anglosajona, Rilke o Montale entre la voces foráneas. El descubrimiento de la tradición anglosajona, en concreto de Keats y de Emily Dickinson, confirmó al poeta en la necesidad de convertir la poesía en lo que ha llamado un “ojo que piensa, y que da un trasfondo simbólico esencial a lo real” (en Sánchez-Mesa, 2007:448). Una realidad, a menudo asentada en el territorio del sueño, como refleja “Interior”: /La sangre es una aurora que no soporta el día/ y que alumbra tan solo entre la sombras/ de la carne encerrada, en el espejo bosque/ de los huesos con ramas de venas y tinieblas./.
(PUBLICADO EN DIARIO JAÉN EL 20-07-2024)