CEREMONIA O EL AMOR QUE DESPRENDEN LOS OJOS SUSPENDIDOS EN LA INFANCIA

Por Ramón Martínez López

Ceremonia

Harold Alva

Edit. Summa (2023)

A veces va la vida y se viste de poesía, sacralizando lo cotidiano y ritualizando lo humano.

Así es Ceremonia, el último poemario del poeta peruano, Harold Alva.

Una suerte, sin duda, de compendio lírico que pretende ensalzar la figura de la madre y la imagen del padre, a la vez que confiere a la orfebrería poética de este universo lírico, tan rico como desconcertante, el carácter mistérico y original de la palabra “ceremonia”.

Un verso puede ser demoledor, puede herir como un cuchillo. Un poema puede salvarnos, redimirnos, hacernos mejores.

El poeta de Piura lo sabe. Conoce el dolor. Ha vivido con él. Pero también comprende, como nadie, el amor que desprenden los ojos suspendidos en la infancia.

Ella-la madre- es consciente de lo que sucederá mañana, aunque ría, porque en su corazón siempre vuela un enjambre de luciérnagas.

¿Por qué no hay nadie al otro lado de las estrellas? Estallan los versos, como sentencias. Ahora yo también tengo cinco años y el miedo de un hombre que se quiebra en su regazo.

Los ojos tienen el vacío de otro cielo. La voz perdida encuentra los latidos de un corazón capaz de borrar la oscuridad y acabar con la neblina.

Ella es un ángel protector que mira al techo en busca del ángel del misterio.

Y entonces irrumpen los ojos septuagenarios del padre, prestos a dibujar las columnas de la casa. Y detesto los relojes que adelantan los calendarios y nos dejan postrados en los bancos que antes fueron suyos.

Ya no hay nadie en los parques. El recuerdo es una sombra y el tiempo parece mirarnos en la distancia.

La poesía de Harold Alva nos seduce con una fuerza inusitada. Las imágenes se suceden vertebrando una apología de la madre y del padre, tamizada por los recuerdos y secuenciada por la la memoria y el amor.

Pero Ceremonia es además un universo poliédrico en el que Alva nos muestra el porqué y el cómo de su creación poética.

No es de extrañar, por tanto, que la cuarta parte del poemario lleve por título Arte Poética. Como tampoco lo es que en sus versos se escriba un bosque, un edificio en la costa verde, el vuelo de los pelícanos, ocultando su inseguridad ante la voracidad de los peces; o unas manos, dibujando otras manos, para enfrentarse al vacío.

Y es que el poeta escribe para abrazarnos, para tocar  nuestra voz, para que los corazones se pongan de pie, para crear una comunicación con el otro con la velocidad del puma que te atrapa cuando sueñas.

La poesía se convierte así en una ceremonia vital y personal, pero también poética, donde el poeta, convertido en vate, es capaz de pintar el color de la alegría o un jaguar que muerde la brisa del Pacífico.

Aquí, en las páginas de Ceremonia, hay un sol tocándonos la sangre y una lluvia acariciando nuestras lágrimas.

Este es el carácter redentor de un poemario, cuya lectura nos deja una indescifrable sensación de asombro. Algo así, como si por el lector hubiera pasado toda la noche un río.

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